SIGUE LA LUZ
“Lo más difícil que puede uno tener que hacer
es ayudar a un ser amado a morir”
(Linda Hamilton en “Sigue la Luz”, 1986)
Hoy voy a comenzar esta mi última entrada en el blog, con un fragmento del artículo publicado en 2003 por elmundosalud.com, titulado "El poder curativo de la espiritualidad”:
La última prueba de que no sólo de pan vive el hombre viene de la mano de un equipo de investigación del Memorial Sloam Kettering Cancer Center de Nueva York (EEUU). Estos científicos han comprobado que la calidad de vida de los pacientes terminales mejora considerablemente cuando se satisfacen sus demandas espirituales en el momento de enfrentarse a la muerte.
Si está demostrado en numerosos estudios que una buena salud espiritual acompaña a una buena salud corporal, entonces… ¿por qué los médicos no damos apenas importancia a la faceta espiritual de nuestros pacientes? ¿por qué no nos esforzamos por entrar, aunque sea asomándonos simplemente, en ese campo inhóspito y difícil que es el mundo de lo no corporal, de la mente, de los sentimientos?
Bueno, muchos de mis colegas pensarán que ya tienen bastante con adentrarse en la parte física como para encima escarbar en las miserias espirituales de sus pacientes. Pero en esto, estimados lectores, pasa como en la Prevención, nadie se da cuenta de lo útil que es hasta que se ha perdido gran cantidad de tiempo esforzándose por hacer otra cosa… en vez de haber recurrido a ella como primera opción.
Muchos de nuestros enfermos no siguen las normas, no hacen caso a lo que les "mandamos" ni cumplen religiosamente con los tratamientos que les prescribimos.
Y nos dedicamos a regañarles y a hacerles responsables de ello, sin mirar hacia nosotros ni plantearnos otros posibles abordajes que, aunque no excluyan las terapias convencionales, tengan en cuenta diferentes aspectos de la persona que tenemos delante.
No se trata de conocer la vida interior de todos nuestros pacientes, pero sí de indagar sobre qué cosas les preocupan, cuales son sus objetivos, sus motivaciones, las causas de su infelicidad, de sus miedos.
En definitiva, de saber un poco por encima cómo va su “vida espiritual”.
Bueno, ¿y si nos quieren hablar de la muerte... de su muerte?, ¡¡uuy, no por Dios, ¿y ahora qué le digo?!!
Pero... ¿acaso no es parte de la labor de un médico hablar con sus pacientes sobre el “proceso de morir”, como le llaman ahora? Piensen ustedes, ¿no es lógico que los enfermos nos asocien con la muerte? Y… ¿con cuántos de ellos hablan ustedes de este tema a lo largo de una mañana de consultas?
Es cierto que en la facultad no se nos prepara para hablar de la muerte, y también es verdad que, sobre este tema, cada profesional tiene su propia opinión. Pero ¿quién los asiste cuando les llega el momento?
“Para eso están los curas”, pensarán. Pero el miedo a ponerse enfermos y a que su enfermedad se los lleve por delante no se lo cuentan al cura, nooo..., se lo cuentan a su médico, que somos nosotros. Y… ¿qué hacemos con ellos? ¿qué hacemos cuando nos preguntan? Pues dejarlos solos, la verdad.
Si echan ustedes un vistazo a la Ley 10/2011 de 24 de Marzo de "Derechos y garantías de la dignidad de la persona en el proceso de morir y de la muerte" (qué cosa más rimbombante, ¿verdad?), su Título III “Deberes de los profesionales sanitarios que atienden ante el proceso de morir y de la muerte”, habla de cosas interesantes, muy serias, pero no del consuelo espiritual. Y eso, amigos míos, es lo que uno va buscando cuando se muere ¿no creen? Al menos es lo que yo buscaría (bueno, eso y que no me enterase de "ná", puestos a pedir…).
Pero como me estoy poniendo muy macabra y triste y es época de felicidad -pues empezamos una (necesaria) semana de vacaciones-, quiero acabar esta reflexión animando a los profesionales a que se planteen esa responsabilidad y la afronten sin miedo. Como médicos podemos ayudar mucho más de lo que pensamos. ¿No nos gustaría que alguien hiciera lo mismo por nosotros?
Sólo les dejo un link, es una película ("Sigue la luz") que vi hace ya muchos años. Creo que fue la primera vez que pensé en cómo hablar de la muerte con una persona moribunda, y en que tiene que ser de las cosas más difíciles que a alguien le puede tocar hacer.
Pero si, indiferente a la fortuna, a los placeres, a la ingratitud; si, sabiendo que te verás muchas veces solo entre fieras humanas, tienes el alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido, si te juzgas suficientemente pagado con la dicha de una madre que acaba de dar a luz, con una cara que sonríe porque el dolor se ha aliviado, con la paz de un moribundo a quien acompañas hasta el final; si ansías conocer al hombre y penetrar en la trágica grandeza de su destino, entonces, hazte Médico, hijo mío....
(Consejos de Esculapio)
Felices vacaciones!!
Inmaculada Villén Salán